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julio 6, 2025

La cultura llanera no es solo joropo y sombrero.

Las opiniones de los autores son de su estricta responsabilidad y no representan la opinión de este medio de comunicación.

Por: Juan Camilo Reyes Marfoi.

Cuando alguien de afuera piensa en el llano, lo primero que se le viene a la cabeza es el joropo, el arpa, los caballos, las faenas ganaderas y la carne a la llanera. Nos han vendido y nosotros mismos hemos repetido, que la cultura llanera es solo eso, una tradición folclórica, alegre y pintoresca, como si bastara con tocar una bandola o ponerse un sombrero para decir “esto es Casanare” o “esto es ser llanero”.

Y aunque todo esto tiene su propio valor cultural, quedarse únicamente con esa imagen es reducir una cultura compleja, poco estudiada y caricaturizada que solo se piensa para festivales y turistas. La cultura llanera es mucho más que música y faena. Es una forma de vida forjada en la sabana, en la soledad, en el silencio, en la lucha diaria contra el abandono y la dureza del territorio. Es la historia de pueblos que han sido ignorados por el centro del país, de comunidades que han vivido décadas enteras sin presencia del Estado, y que han tenido que levantarse solas frente a la violencia, el despojo y la desigualdad.

¿De qué sirve aplaudir el joropo si no se escucha también la historia del campesino que perdió su tierra por un proceso de desterritorialización y reterritorialización mientras afuera suena el arpa? Tampoco se habla de que aquí la violencia no solo mató cuerpos, también moldeó formas de ser. En el llano, muchas veces se aprendió más del miedo que del amor. Ser hombre significaba aguantar, no quejarse, saber disparar, no llorar.

Las guerras políticas, el machismo arraigado y el poder de unos pocos moldearon una cultura del silencio, donde la obediencia fue más valorada que la reflexión. Eso también hace parte de la otredad, pero rara vez se nombra. Se esconde debajo del poncho y se reemplaza por la imagen ideal del llanero fuerte, noble y servicial. Pero, ¿qué hay de los que no encajan en ese molde? ¿Qué pasa con las mujeres que también son parte de la sabana, con los jóvenes que no quieren caballos sino libros, con los indígenas que no tocan joropo pero llevan siglos habitando este territorio? Incluso desde las instituciones, con frecuencia se impulsa una versión limitada de lo llanero.

Se invierte en festivales, concursos de copleros y reinados —lo cual no está mal—, pero el verdadero problema radica en el escaso apoyo a la investigación histórica, la educación crítica y la recuperación de la memoria. Se celebra la cultura mientras se permite que las nuevas generaciones crezcan sin conocer la historia real de su tierra. Porque una cosa es el folclor —valioso, hermoso y necesario— y otra muy distinta es la cultura entendida como forma de vida, como memoria compartida, como relación con la naturaleza y con los otros. Además, el llano es un territorio biocultural y diverso.

Aquí no existe una sola identidad llanera, pues comprende también una multiculturalidad y plurietnicidad como la del campesino que trabaja el hato, la del indígena que cuida el río, la del joven que quiere ir a la universidad, la del pescador del río Meta, la del migrante que llegó desde Venezuela buscando paz. Todas esas voces también son llano. Y si seguimos contando la cultura llanera como una sola canción, una sola forma de vestir, una sola versión, estamos negando la riqueza de lo que realmente tenemos.

Por eso, es preciso afirmar que debemos dejar de entender la cultura llanera solo como mero espectáculo. Es hora de que empecemos a contar nuestras historias completas, con sus dolores, sus luchas, sus contradicciones. Que valoremos a nuestros artistas, sí, pero también a nuestros campesinos, a nuestras abuelas sabias, a los niños que preguntan por qué ya no se puede pescar en el río, a los jóvenes que quieren transformar la región.

La cultura llanera no es solo lo que se baila en las fiestas patronales. También es lo que se vive en la cotidianidad, en la palabra, en la forma de resistir. El llano no es solo un escenario para los aplausos. Es un territorio con historia, con conflicto, con belleza y con dolor. Reconocerlo así es el primer paso para construir un relato más auténtico, más cercano a lo que realmente nos ha sucedido.

Porque si solo mostramos el folclor, estamos dejando por fuera todo lo que somos como cultura, en un espacio-tiempo donde hoy también habitan nuevas formas de pensar, sentir y actuar.

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